sábado, 21 de agosto de 2010

La Galatea de Moreau: El súmmun de la belleza.

Gustave Moreau - Galatea (1880)
Gustave Moreau fue más que un pintor francés, un visionario, fiel precedente del simbolismo que vivió entre 1826 y 1898. Prácticamente tuvo una educación autodidacta, pues por vicisitudes poco claras tuvo que abandonar la educación regular.
Fue admitido en la Real Escuela de Bellas Artes de París, dedicándose a copiar obras de maestros como Correggio, Miguel Ángel o Rafael. Y fue cuando empezó a plasmar obras propias, que aquella energía que anhela entregar la mágica imagen de un sueño, se manifestó en él, empezando a pintar seres alados, apariciones, ángeles y paisajes extra-terrenales que eran objeto de crítica hacia el artista.
Existieron ciertos acontecimientos que grabaron en él sentimientos contradictorios. Presenciar infortunadas muertes en el campo de batalla de la guerra francoprusiana, donde pasó una corta temporada, muertes como la de su madre y posteriormente de su amante de toda la vida: Alexandrine Dureux, fueron posiblemente precipitantes para que aflorara en él la búsqueda de lo inefable, una obsesión por la temática sagrada, manifestando un vívido interés por el vínculo entre lo humano y lo divino, lo real e irreal, el supremo ideal y la miseria más burda. Ejemplo de esto son “Galatea (1880) y Galatea (1896). El mismo Moreau, se refiere de esta manera a su pintura: “He aquí a un espantoso gigante que ama a una bella ninfa”. Y es que El cíclope Polifemo se muestra en una actitud contrita, de rendición ante Galatea que encarna el ideal perfecto de belleza y bondad. ¿Es posible que la bestia pueda albergar muy dentro de sí sentimientos de un amor puro? ¿Es posible que logre experimentar un sentir que roce la sublimidad?



En estas obras se observa claramente cómo Moreau ansía hallar el nexo entre la malignidad y la bondad, siendo estos extremos bien representados con estos personajes. Polifemo, olvidando su fiereza, anhela llegar al súmmun de la divinidad a través de la contemplación de Galatea. Esta última, aparece como una imagen hierática, deslumbrante y hasta indiferente de la presencia del gigante; su cabello largísimo, cae como filigranas de oro y pareciera que una vegetación acuática con conciencia propia se enredara finamente al contorno de su cuerpo, enmarcando su silueta y cubriendo sutilmente la zona del pubis. La cumbre de un sueño ideal que el artista esbozó en su mejor momento de su vida. Fue pues Gustave Moreau más que un artista, un tejedor de sueños y mitos que todos llevamos dentro.

Gustave Moreau - Galatea (1896)

sábado, 14 de agosto de 2010

Valquiria.

Edward Robert Hughes - Dream Idyll (A Valkyrie)

Las valquirias, personajes de la mitología nórdica, literalmente su nombre significa: “La que elige a los caídos en batalla”  ya que bajo el mando de Freyja  y para el servicio de Odín, cabalgan alados caballos sobre la tierra, eligiendo a los mejores guerreros para después de darles muerte, llevarlos al palacio dorado del Valhalla. Era un honor morir para este noble fin, cualquier guerrero deseaba antes que resignarse a sufrir los pesares de una vejez insulsa, ser atravesado con la lanza de las enviadas de Odín  y enseguida ser conducidos a través de las quinientas cuarenta puertas existentes en Vingolf –hogar de las guerreras dentro del Valhalla-. Atravesando paulatinamente cada uno de estos portales, las valquirias los alimentaban con hidromiel y les prodigaban un sinnúmero de placeres inimaginables. Era pues, una placentera espera la que llevaban la sombra de los guerreros muertos para llegada la hora, tener la distinción de combatir en la batalla del fin del mundo –Ragnarök- formando parte de las divinas huestes de Odín.

Estas míticas deidades femeniles, representan claramente dos aspectos encontrados o aparentemente contradictorios. Dadoras de vida y a la vez de muerte; eran quienes tenían la función de otorgar la victoria en las batallas, infundiendo a ciertos guerreros aires que los tornaban invencibles en la contienda. Mas, como ya sabemos, otros eran los verdaderos ‘elegidos’, a los cuales se les presentaban hermosas y resplandecientes, desplegando fulgurantes destellos. Lo que a primera vista de los mortales guerreros parecía una aurora boreal en el cielo, era una valquiria y aunque en su fuero interno ellos sabían que la muerte les había llegado, su espíritu se regocijaba con tal gloria.

En esta pintura, Edward Robert Hughes la representa imponente en un caballo alado de negro intenso en alegoría a la muerte, sobrevolando los cielos con la vista aguzada y lista para divisar al guerrero más heroico. Sus cabellos son dorados como las paredes del Valhalla, la postura de su cuerpo denota severidad… rigor… fuerza, sin perder en absoluto su delicadeza y feminidad.

domingo, 8 de agosto de 2010

Unificación Sensual.

Beso Antiguo - Manuel Domínguez Guerra


La sangre aglomerada y palpitante en los labios temblorosos...
un febril deseo de entregar el corazón en cada beso.
El ancla de una lengua irrumpe insaciable…
mar y fuego en el sexo…
perdido ya todo aliento
por ansioso y voraz deleite.

domingo, 1 de agosto de 2010

Una mujer se contempla...

A Summer Night - Albert Moore

Albert Moore, pintor inglés nacido en 1841, desciende de una familia con vena artística. Fue el menor de catorce hermanos, de los cuales además él, cuatro más se dedicaron también a la pintura. Emprendió muchos viajes, los que le hicieron conocer los estilos más aplaudidos en distintos orbes. Al inicio su trabajo no obtuvo acogida. No obstante, pronto el ‘Benjamín’ de la familia, empezó a obtener reconocimiento por su trabajo, cuando se encausó en busca de ese ‘ideal de la belleza’ que se respira cercano, pero que es imposible palpar con los dedos. Albert Moore se circunscribe a temas donde la figura femenina enmudece al observador, y no sólo por su carácter sensual, sino por su vivacidad, luminosidad e espiritualidad.


La belleza que transmite es una belleza que se halla en la interacción majestuosa y sutil de los personajes, en la actitud gallarda y solemne de los actores. Sus cuadros producen aquella sensación envolvente, donde al mirarlos es imposible ubicar un centro físico,  dando la impresión al observador, de estar incluido invisiblemente en el lienzo.


La mujer que pinta, es la mujer siempre embutida en gasas y sedas, que muestra  un dinámico sensualismo. Precisamente, ‘Noche de Verano’ es una de las pinturas que realizó en los últimos años de su vida; una obra delicada a la vez que majestuosa. La modelo se observa a sí misma en distintos momentos del acto de dormir. Es así que, inducida por el sueño, una reposa de costado, cual dama angélica sobre la cama, relajada, frágil e inocente. Otra, alistándose para un cómodo reposo, desprende de su cabello las horquillas que lo sujetan. Y la otra, seguramente al haber sentido el aire matutino, estira su cuerpo, lista a disfrutar de los goces del nuevo día. ¿Es una ilusión lo que percibe la modelo, que se observa con serio interés en las diferentes facetas nocturnas? Ilusión o no, este hermosísimo espectáculo parece flotar o tener como fondo a un lago azulísimo que resplandece profundamente a lo lejos.