sábado, 2 de octubre de 2010

Gala, la salvadora de Salvador Dalí.

Al hablar de Salvador Dalí es imposible no hacerlo de Elena Dimitrievna Diakonova, o simplemente Gala, la musa inspiradora de muchos artistas  y por consiguiente de toda una corriente y una época, el surrealismo. En 1929, Gala, ya casada con Paul Éluard, junto a otros artistas, fueron a visitar a un novel pintor. La desenvoltura de esta hermosa e impredecible mujer causó una impresión avasalladora en este pintor catalán, que no era otro que el mismo Dalí, quien maravillado, empezó a desvivirse por cautivar las miradas de la que posteriormente sería su musa e inspiración.

Tanta sería la locura que Gala, once años mayor, le despertó, que al intentar hablarle, el pintor era sorprendido por incontenibles ataques de risa que lo obligaban a retorcerse literalmente en el piso. Precisamente, el día en que le declaró su amor, se dio esta misma escena. Él sufriendo y riendo, hincado a sus pies, escuchó de los labios de su amada: “…niñito mío, no nos separaremos nunca…”.

Más adelante, él mismo se refiere así de su musa: “Gala me ha dado, en el verdadero sentido de la palabra, la estructura que faltaba en mi vida. Yo no existía más que en un saco lleno de agujeros, blando y borroso, siempre en busca de una muleta. Ciñéndome a Gala he encontrado una columna vertebral y, haciendo el amor con ella he rellenado mi piel. Hasta este momento mi esperma se perdía por la masturbación como arrojado a la nada, con Gala lo he recuperado y me ha vivificado. Primero creí que ella iba a devorarme; pero por el contrario, me ha enseñado a comer lo real. Firmando mis cuadros  como ‘Gala-Dalí’ no hago más que dar nombre a una verdad existencial porque no existiría sin mi gemela Gala”.

Pero la locura del pintor no se aplacó del todo con la llegada de Gala. Dalí como muchos genios era un hombre desorganizado, vanidoso y  neurótico, y ella puso riendas a los ímpetus que lo estaban desbocando sin remedio. Sin duda, una mujer fuerte y dominante, “violenta y esterilizada” tal y como la denominó André Bretón en su diccionario de Surrealismo, que pudo actuar bien como protectora y salvadora del propio Salvador Dalí, o bien ser la misma femme fatale, seductora y vividora de jovenzuelos, aficionada al adulterio más impúdico.

Harto conocidas las infidelidades de Gala, que por cierto, Dalí no desaprobaba, sino más bien alentaba discretamente dados los  rasgos de candaulismo -parafilia similar al voyeurismo- que poseía el pintor.  De esto, tenemos  que una noche de 1929, encontrándose el pintor solo porque Gala salió ‘al cine’, Dalí se excita tanto con su recuerdo que termina masturbándose. Liberada esta pulsión sexual, empieza su obra “El Gran Masturbador” donde no se ve a otro que a él mismo como protagonista y donde además de observar muchos elementos de connotación sexual, aparece un lirio blanco, que representa la pureza, puesto que Dalí definía a la masturbación como el acto sexual más puro. Asimismo, observando “Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes de despertar”, podemos ver a su musa Gala en toda su ostentación, levitando sobre una roca flotando en el tenue mar. La tranquilidad sucumbe ante la fiereza de los tigres (simbolismo fálico) que desembocan uno después del otro en el aire de la boca de un pez que a su vez emerge de la granada.

 Salvador Dalí - El Gran Masturbador


 Salvador Dalí - Sueño causado por el vuelo
de una abeja alrededor de una granada un segundo antes de despertar

Aún con todas las extravagancias tanto de Gala como del mismo Dalí, ambos deseaban unirse en matrimonio y allá por el año 1949 la excéntrica pareja visitó el vaticano para hacer un singular obsequio al Papa Pío XII: unos lienzos donde Gala transmutada en Virgen, aparecía llena de gloria rodeada de ángeles. Aprovechando esa oportunidad, se atrevieron a solicitar al Sumo Pontífice permiso especial para contraer nupcias. Era conocido que tal matrimonio no era viable ya que Gala se había desposado por la iglesia con su primer amor Paul Éluard, que aún estaba vivo. Sólo hasta 1958 contrajeron matrimonio y en adelante, la relación amorosa de los amantes que permanecieron siempre juntos –como lo advirtió Gala cuando se conocieron- fue un vaivén continuo de escándalos y controversias.

En 1982 que Dalí, intenta suicidarse por deshidratación, presa de la desolación más absoluta, tras el fallecimiento de su Gala a los 89 años. Al no lograr su propósito, se reafirma en su deseo de “dejarse morir” teniendo consecutivamente ocasionales fogonazos de creación como formar la Fundación Gala-Dalí; no obstante,  su vívida locura pronto se va oscureciendo en una profunda depresión. Muere a los 84 años en 1989.

Fue única esta pasión casi patológica, esta obsesión, la dependencia emocional y ese deseo frenético de compenetración con su musa-mujer para obtener su gozo y salvación. Se cuenta que cuando el Dennis Gabor, inventor de la técnica holográfica, visitó a Dalí, éste le comentó: “Me gustaría hacer un holograma de Gala, romperlo en mil pedazos y comérmelo para sentirme lleno de ella, como en la comunión…”.

Queda claro que Dalí encontró en Gala un estímulo de provocación y creatividad constante. La influencia de una mujer adelantada a su tiempo que se matizó a la perfección con la vida de un artista que no sólo escandalizaba con su obra, sino con su sola presencia, sus gestos, sus manierismos, incluso con su inefable bigote y su entrecejo de inquisidor desquiciado. Un genio niño ególatra que alguna vez osó compararse con Nietzsche  y afirmar que “la sociedad juega al juego de la seriedad para disimular su locura...” y que se le antojó hacer del mundo onírico su realidad, viviendo entre el ensueño erótico y la lucidez.